lunes, 27 de julio de 2015

LA BAJA CALIFORNIA (Literatura de Facundo Cabral)





LA BAJA CALIFORNIA
Autor: Facundo Cabral

En La Paz de la Baja California los cerros del desierto llegan al Mar de Cortés por donde van y vienen caballitos de mar, lobos marinos, focas, tiburones, delfines, mantarrayas, pulpos y orcas, y los pelícanos sobrevolándolos. Es un mar sereno, sin olas, como un gigantesco lago, tranquilidad que eligen las ballenas para parir, tranquilidad que solo interrumpen, una o dos veces al año, los huracanes.

Por allí anduvieron (hace catorce o quince mil años atrás) los pericúes, los guaycuras y los cochimíes, descendientes de los que llegaron desde Asia, que se extinguieron en el siglo dieciocho a pesar de la protección de los jesuitas, que habían llegado dos siglos antes, que fueron faros en medio del desierto de las iguanas y las serpientes.

Y cerca, en las islas del archipiélago Espíritu Santo, descansaban los lobos marinos entre pájaros y reptiles, y más allí los exuberantes salitrales de Guerrero Negro, donde alguna vez sospeché el otro lado de la vida.

En Mazatlán otra vez el mar, pero el Pacífico, que al sur, muy al sur, en la Isla de Pascua, y hace más de cuarenta años, me sedujo de tal manera que me quedé un año con la única compañía del Tao Te King, hojas de hierba y algunos textos sobre la alquimia que siempre me fascinó por su poder de conversión, y en esa larga meditación logré nacer de nuevo, definitivamente, es decir consciente de mi presencia en el mundo, y en esa luminosa alegría recuerdo haber escrito: Estoy presente, y todo sucede alrededor.

Cerca de Mérida, en el Yucatán de los mayas, hay un pueblecito donde el sol sale varias veces por día porque la niebla lo cubre por completo una y otra vez, donde las mujeres van detrás de los hombres en el día, y por la noche delante para guiarlos en su borrachera.

En Villa hermosa, en el estado de Tabasco, se forma el triángulo mágico con las pirámides de La Venta, Comal calco y Malpasito, es decir el encuentro de las culturas maya, zoque y otlmeca, que fue la cultura madre, la de las grandes cabezas de piedra, la de los altares rectangulares, la de las esculturas de hombres sentados, la de los seres sobrenaturales.

Tabasco también fue la frontera entre los aztecas y los mayas, y la patria del cacao, fruto-moneda que, convertido en chocolate en Europa, encantó al mundo, es más, México comenzó en Tabasco porque fue allí, en las márgenes del río Grijalba donde, en 1519, chocaron los españoles con los mayas, y allí, en Potonchán, se celebró la misa inaugural del catolicismo en América, y allí se fundó la primera villa, Santa María de la Victoria, y allí se escribió y se declaró el acta notarial del Mundo Nuevo, y allí Hernán Cortés recibió a Malitzin, mujer fundamental en la historia de México, allí, en ese trópico colorido, tierra de lagunas que cruzan tres ríos que, cuando se juntan y se desbordan por la lluvia, arrastran a los lagartos hasta los puentes y las calles de la ciudad, los lagartos que se comen a los perros, a los gatos, a las gallinas y a los cadáveres de los ahogados, y allí, entre ríos, pantanos y lagunas, siempre cuento el mundo caminado en el Esperanza Iris, el teatro que me abre sus puertas desde hace muchos años, allí, donde la Historia tiene tres mil años, contundente en ochocientos sitios arqueológicos, allí, en Tabasco, donde poetizó Carlos Pellicer: Más agua que tierra, aguaje para prolongar la sed, tierra que vive a merced del agua que sube y baja. Y esa tierra es tan rica que las iguanas van y vienen alrededor del teatro, y un poco más allá los flamencos rosados.


El sol incendiaba a las arenas blancas de Cancún y aturquesaba aún más al Mar Caribe, espléndido frente a mi balcón, éxtasis y tumba de los piratas que prefirieron el peligro de los mares a Las rutinas de la tierra, el Mar Caribe que puso a los delfines al alcance de mi mano a la caída del sol, que era la señal para que yo comenzara mi concierto recordando a Jesús: Cuando más de dos se junten en mi nombre yo estaré entre ellos, y esa noche fuimos mucho más que dos.

Los tiburones-ballena son tan afectuosos que más de una vez pudimos nadar alrededor de ellos con los pescadores con los que también anduve curioseando por los ríos subterráneos, uno de ellos el más largo del mundo, que comienza, o termina, en Tulum, una bahía tan hermosa como pequeña, donde vacacionaban los líderes mayas.

Alguna vez, en la cima de la pirámide principal de Chichen-Itzá recordé (a los gritos porque era para miles) un fragmento del Popol Vuh: Ser hombre no es fácil pues no nacemos para aumentar la confusión sino para aclarar misterios, que no nacemos para discutir con los dioses, sino para honrarlos, que no solo nacemos para gozar la belleza natural sino también para crearla, es decir para crear un bello mundo humano en la bella naturaleza, es decir para armonizar con ella, no para someterla.

Sabían los mayas que toda percepción física tiene un componente psíquico (diría Evola) que le da vida a esa percepción, una significación, sabían que las percepciones nos iluminan el camino, que son una cosa más entre las cosas. Para ellos, física, teología y psicología eran una sola cosa, misterios a los que nunca se atrevieron a ponerles nombre, para ellos la Naturaleza y el espíritu eran uno, por lo tanto un solo saber.En Uxmal siempre siento la presencia de esos hombres que supieron lo que todavía no sabemos, que midieron a los vados del infinito, que nos dejaron una fecha que asombra y aterroriza, hombres para los que las pirámides fueron nuestra biblioteca de Alejandría.

Allí están sus huellas en las arenas blancas, salvo que no querremos ver, allí los siento cuando me meto en los cenotes (los pozos de agua sagrados) o en las cuevas que están debajo de Isla Mujeres, donde los tiburones descansan de su guerra permanente. Más de una vez sentí latir a sus sombras en Cozumel, la isla más cercana a un continente, y las sentí como una revelación, sombras que conformaban una sola piedra, la filosofal, la que buscaban los primeros alquimistas, es decir los musulmanes, la piedra que transformaba en oro a los metales innobles (tenía razón Jung, el inconsciente entra en la oscuridad de la materia, por eso estoy viendo lo que queda ver, pero ¿no será esa la verdadera realidad?)

El teatro de Cancún, donde canté, está en un muelle frecuentado por pescadores de todo el mundo, un muelle casi literario de tan sofisticado, y con uno de esos pesadores ( griego ) desandamos proyecciones, hasta llegar a los alquimistas de la época alejandrina que, como los artistas, velan lo que quedan ver, y en esa transformación se transformaban: La ciencia comenzó con las estrellas, me recordó el griego, en las que comenzamos a imaginar a los dioses, es decir a nuestra fantástica necesidad, y en todos ellos, juntos, vimos al Zodiaco, donde imaginamos nuestras características, las diferencias que exigía el Tiempo, el más misterioso de nuestros inventos (diría Jung: Las proyecciones se repiten cada vez que intentamos investigar una oscuridad vacía, y la llenamos, involuntariamente, con figuras animadas).

Por un instante, en las muchas cosas vemos al uno, y eso confirma que, a veces, Dios ve a través de nosotros, entonces sentimos al todo que es el Universo, o como escribió Moisés en el Génesis: Verás los cuerpos que tenían Adán y Eva antes de la olida, y cómo era la serpiente, y qué era el árbol y cuáles los frutos que comieron, y dónde estaba el Paraíso, y qué era, y en qué cuerpos resucitarán los justos, no en los que hemos recibido de Adán sino en los que obtengamos por medio del Espíritu Santo, los que nuestro Salvador ha traído del Cielo.

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