sábado, 1 de agosto de 2015

CABRALIDADES (1) Literatura de Facundo Cabral



CABRALIDADES (1)

Autor: Facundo Cabral
Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor, es un soldado menos.

Todo esto y mucho más, lo aprendí de mi madre, se llamaba Sara, la elegí como madre por la misma razón por la que Dios la eligió como hija. Nunca pudo aprender nada puesto que, cada vez que estaba por aprender, llegaba la felicidad y la distraía. Nunca usó agenda porque hacía sólo lo que amaba y eso, se lo recordaba el corazón. Se dedicó sólo a vivir y no le quedó tiempo para otra cosa.

Me marché del pueblo dejando una novia. Muchos años después, al volver, me encontré una cuñada. Me quedé mirándola y, al ver lo que había hecho el tiempo con ella, me acerqué a mi hermano y le dije: ¡Gracias¡. 

En aquella ocasión, mi hermano, acudió borracho a una fiesta del pueblo y sacó a bailar a una gorda vestida de negro, la que le dijo:

No quiero bailar con usted por tres razones, porque usted está borracho, porque no sé bailar y porque soy ¡el obispo¡.

Me sorprendí cuando los periodistas corrieron a la casa de la madre de García Márquez, tras haber ganado éste el Nóbel. Todos estaban deseosos de conocer la opinión de la madre de Gabo, a lo que la señora les contestó:

Yo no se nada de literatura, yo sólo sé que el Gabo tiene mucha memoria porque todo eso que escribió se lo contaron. Esto me recuerda al inefable Juan Rulfo, cuando las gentes le pedían, casi le reclamaban del porque no escribía, a lo que él respondió: No escribo porque la gente que me contaba las cosas, se murió.

Me gusta volver a Roma, principalmente al Trastébere. Una tarde de otoño me encontré, en el Campo di Fiori con un señor al que todos quisimos mucho. Le estaba echando migas a las palomas. En aquella época el maestro tenía 88 años. Estaba allí, con su mujer. No me pude resistir; me acerqué y le dije: ¡Es usted el maestro¡ A lo que él me contestó. Yo soy el que tú quieras, pero recuerda que el maestro es el que te puso a ti delante de mí, y a mí delante de ti, yo sólo soy Arthur Rubistéin.


Me gusta volver a México, allí, en San Cristóbal de las Casas acudí al templo donde oran los Chamulas y me quedé perplejo. Cambiaron las ofrendas. Ahora le llevan al templo huevos de gallina y Pepsi-Cola. ¡Como si Dios no supiera que no hay nada como la Coca-Cola¡.

Un día me dijo Alberto Cortez: Facundo: vos sabés porque los argentinos hasta los cuarenta años somos engreídos, petulantes, soberbios. ¿Sabes por qué?. ¡Porque a partir de los cuarenta somos perfectos¡”. Y yo le dije: ¡Gracias, Alberto¡

Me apasiona volver a Guadalajara. México es como mi casa. La Guadalajara de Arriola. Me encanta escuchar al maestro Juan José Arriola. Él me dijo un día: nosotros, que somos buenas gentes, vamos a tener muchos hijos para que los malos no nos sigan ganando las elecciones.

Me gusta volver a la Guadalajara del Chente Fernández, que me dijo un día: “ Hay dos cosas que un buen charro debe tener; una buena vieja y una buena mula, eso sí, que la mula no sea muy vieja y que la vieja no sea muy mula.

Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo para acercarse a la casa del zapatero en que le dijo: Hermano, soy muy pobre, no tengo una sola moneda encima y mis sandalias están rotas, si tu me hicieras el favor.

A lo que el zapatero le respondió:

Aquí todo el mundo viene a pedir y nadie a dar.

Dios le dijo:

Yo puedo darte todo aquello que tú necesites.

¿Tú podrías darme un millón de dólares para que yo fuera feliz?

Yo puedo darte diez veces más que eso a cambio de algo; a cambio de tus piernas. A lo que el zapatero le respondió:

Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar sólo.

Puedo darte, continuaba el Señor, cien millones de dólares a cambio de tus brazos. El zapatero, inquieto le dijo:

¿Qué puedo hacer yo con cien millones de dólares si no voy a poder comer solo?.

El Señor le hizo la última tentativa al zapatero.

Te voy a dar mil millones de dólares a cambio de tus ojos.

El zapatero, asustado ante el mendigo le respondió:

Qué hago yo con mil millones de dólares si no puedo ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos.

El señor le dijo: Ah, hermano, hermano, qué fortuna tienes y no te das cuenta.


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