jueves, 17 de mayo de 2018

LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTIN. LIBRO NOVENO, III,6

6. Se angustiaba entonces, como digo, Verecundo, pero Nebridio se alegraba con nosotros. Porque, aunque también éste –no siendo aún cristiano– había caído en el hoyo del perniciosísimo error de creer ilusoria la carne de la Verdad, tu Hijo, ya, sin embargo, había salido de él, aunque  permanecía sin imbuirse en ninguno de los sacramentos de tu Iglesia, si bien era un investigador ardentísimo de la verdad. No mucho después de nuestra conversión y regeneración por tu bautismo, se hizo al fin católico fiel, sirviéndote a ti junto a los suyos en África, en castidad y continencia perfectas; y después de haberse convertido a la fe cristiana por su medio toda su casa, le libraste de los lazos de la carne, viviendo ahora en el seno de Abraham, sea lo que fuere lo que por dicho seno se significa. Allí vive mi Nebridio, dulce amigo mío y, de liberto, pasó a ser hijo adoptivo tuyo. Allí vive –porque ¿qué otro lugar convenía a un alma como esa?–, allí vive, de donde salía preguntarme muchas cosas a mi, hombrecillo inexperto. Ya no aplica su oído a mi boca, sino que pone su boca espiritual en tu fuente y bebe cuanto puede de la sabiduría según su avidez, sin término feliz. Mas no creo que se embriague de tal modo de ella que se olvide de mí, cuando tú, Señor, que eres su bebida, te acuerdas de nosotros. 

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